jueves, 4 de diciembre de 2014

"En la utopía de ayer, se incubó la realidad de hoy, así como en la utopía de mañana palpitarán nuevas realidades."

“¿Y por qué no aceptamos que quizá no deberíamos de intentar vivir en el Ártico?”

Esa era una pregunta callada que más de uno se hizo al verse cara a cara frente al proyecto “An Ecological Artic Town”. Pero quizá no deberíamos de ver en este proyecto de Ralph Ersikine una táctica de colonizar un espacio que poco se presta a ello, sino de iniciar con él un dialogo entre iguales.

El funcionalismo y la arquitectura de ninguna parte para todas partes, de nadie pero para todos, donde los materiales, las formas y las intenciones se dejaban claramente a la vista, fueron formando las bases del Movimiento Moderno. Bases de padre conocido, pues todos sabemos que sin Le Corbusier esto no hubiera sido posible.

¿Y esto qué es?

Es, por ejemplo, la ciudad de Chandigarh. 


Al igual que el proyecto de Erskine, se definía como una ciudad de nueva planta que llevaba la modernidad y el avance tecnológico hasta lugares insospechados para desarrollar la vida humana. Aquí Le Corbusier realizó un plan, dejo rienda suelta a su talento para crear desde su despacho una ciudad bajo el paraguas de los principios del Movimiento Moderno. Pero al llegar a los pies del Himalaya, unos propósitos de dominar el espacio se volvieron en su contra. Fue el espacio el que se comió su proyecto. Pese a la elevada escala de los edificios estos parecían pequeños, quedando todo desvirtuado. Se ha dado en justificar las láminas de agua dispuestas en los grandes vacios entre los edificios, que se separaban como reacción a la autoridad paisajística, diciendo que respondían al deseo del proyectista de generar una arquitectura virtual con los reflejos. Pero más bien parece un paliativo para la enfermedad de la ceguera paisajística. ¿Y plantearnos erradicar esta epidemia?

Muchas veces se tachan algunos proyectos de Erskine como “utópicos”. Si es así, no se hasta que punto la arquitectura “utópica” es necesaria. Paradójicamente es en proyectos de este estilo donde vemos que el arquitecto abre los ojos, se quita el corsé de la divinidad y empieza a hablar directamente con el entorno y las personas, sin intermediarios. 

“La arquitectura es en cuanto es habitada” 

Alison y Peter Smithson. 


La ciudad en el Ártico necesita de las personas para ser ciudad y del Ártico para existir físicamente. Es por ello que Erskine destina todo su empeño en estudiar el emplazamiento, que van a necesitar aquellos que allí van a residir y como se puede conseguir aquello introduciendo la menor cantidad posible de elementos extraños a la zona. Lo vernáculo no es lo antiguo y analfabeto en cuanto a nuevas tecnologías, es más bien una actitud que busca realzar las propias ventajas de un lugar para suplir sus carencias, fomentar su autosuficiencia.



Frente a la inmensidad del Ártico es en una depresión donde decide situarse Erskine. Allí se protege del viento y trata de captar la mayor cantidad de luz solar, tanto para la iluminación como para la calefacción. La nieve será a la vez fuente de problemas y de soluciones, teniendo que controlar su acumulación, pero sirviendo también como aislante térmico y reflectante de la luz solar. 


Podríamos decir que en una playa la arena tomaría este papel. Como espejo y elemento móvil y acumulable, deseado para ser visto de lejos, pero no para tenerlo cerca. Se debe entender, pero, como parte de la arquitectura que en el lugar se proyecte, ya que probablemente sea más fácil elevarnos del suelo para dejar que esta corra a sus anchas, antes que pararle los pasos que sigue de forma natural. Como dijo Sun Tzu, “si no puedes con tu enemigo, únete a él”. La luz y el calor son de la misma naturaleza en un emplazamiento que en otro, por lo que la alianza con ellos es posible sea cual sea el lugar. Hay que tener en cuenta que ambos no tienen por qué negarse o afirmarse a la vez, ya que puede ser deseable la luz natural pero no su calor, dependiendo también de la estación del año en la que nos encontremos. 


Por lo tanto no es una locura hablar de una solución versátil que estudie todos estos parámetros, investigando para poder alcanzar todo aquello que se desea. Porque al fin y al cabo, mantengamos o no un punto de vista cercano al entorno, se debe conseguir que la gente con su actividad cotidiana forme el espacio, con sus paseos delimite una plaza, o que con sus relaciones construya un centro social. La arquitectura surge allí donde se vive, no donde se construye.

Es aquí donde proyectos como la ciudad en el Ártico de Erskine, o la "Blow-up City" de Peter Cook, entran en escena. Se llama utopía a aquello ideal e inconstruible, cuyo fundamento empírico lo aleja de la práctica realidad. Pero cuánto necesitamos de esos pasos adelante, de esa vanguardia de la creación arquitectónica para que los que quedan atrás avancen poco a poco hacia una ciudad mejor. Lamentarse de la imposibilidad de la arquitectura ideal no nos llevará a ella, ni mejorará la ya existente. Los proyectos utópicos de ayer han llegado a convertirse en ocasiones en proyectos reales a más largo plazo. No estamos hoy tan lejos de aquel mundo feliz de Aldous Huxley. Quizá lo que antaño fue una utopía, sea en un futuro una realidad justiciera: “y lo tomasteis por loco”. 

Y lo tomamos por loco. Una ciudad en el Ártico, decía.

3 comentarios:

  1. Espero que estemos aún muy lejos del mundo "feliz" de Aldous Huxley...

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  2. Estaba fijándome en cómo habías hecho la entrada, para hacer una mía, pero tu forma de escribir es difícil de igualar. Besos!!

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